Leyder Alonso Castro Beltrán**
RESUMEN
En este texto se pretende mostrar cómo por medio de la obra de arte y del arte mismo el hombre tiene la oportunidad de volver a las cosas para aprehenderlas en su totalidad y de esta forma conocer la verdad que en ellas se esconde. Se hace entonces, un intento por buscar la reconciliación entre el mundo y la tierra, siguiendo la división planteada por Heidegger en su conferencia “Sobre el origen de la obra de arte”; ya que las cosas quedaron en la tierra en tanto que el hombre fortificó su mundo; configuró el mundo sin ellas dentro, dedicándose a perseguir lo más alto y olvidó que se había partido de abajo, de la tierra. No quiso volver la mirada hacia ese lugar donde las cosas están y donde el hombre está; pues él se encuentra entre las cosas y vive en el mundo. El arte surge entonces como posibilidad de encuentro con la verdad de las cosas, trayéndolas al mundo e instaurándolas en él.
PALABRAS CLAVE
Mundo, tierra, Heidegger, arte, obra de arte, verdad, cosa.
ABSTRACT
In this text it is sought to show how by means of the work of art and of the same art the man has the opportunity to return to the things to apprehend them in his entirety and this way to know the truth that hides in them. It is made then, an intent to look for the reconciliation between the world and the earth, following the division outlined by Heidegger in their conference “Sobre el origen de la obra de arte”; since the things were in the earth as long as the man fortified his world; it configured the world without them inside of, being devoted to pursue the highest thing and he forgot that he had left of below, of the earth. He didn’t want to return the look toward that place where the things are and where the man is; because he is among the things and he lives in the world. The art arises then as encounter possibility with the truth of the things, bringing them to the world and establishing them in him.
KEY WORDS
World, earth, Heidegger, art, artwork, truth, sew.
A lo largo de la historia se han asumido múltiples posiciones frente a la obra de arte, desde considerarla una simple imitación de lo que vemos de las cosas, es decir, una imitación del eidos griego, hasta llegar a pensar el arte como producto de un proceso no consciente. En tanto que la conciencia ha sido atribuida únicamente a la razón y a la ciencia, el arte como depositario de los sentimientos ha sido relegado del campo de los decible y lo argumentable. Se dice entonces que el artista no puede argumentar, como lo haría un filósofo, su obra de arte. Pero estas posiciones no se constituyen en el único problema que se ha de pre sentar en este camino. Existe también, la concepción, no sólo filosófica, que arte es lo que se conoce como “obra de arte”, en tanto producto del proceso de creación artística, es decir, como cosa creada (confeccionada) o como una simple cosa. En la medida que se entienda de alguna de estas formas la “obra de arte”, se desconoce el proceso de creación, así como todos los procesos posteriores que se generan después de la terminación de la obra de arte y a partir de su instauración.
Ahora, ¿por qué resulta problemático concebir el arte como simple imitación de la imitación (imitación del eidos), como producto de un proceso no consciente, o concebirlo como la conclusión de un proceso de creación artística? Ciertamente es un problema, dado que al encontrarnos con esta clase de argumentos fácilmente se puede llegar a conclusión errada, esto es, tomar el arte, en algunos casos, como forma de diversión.
No dudo que algunas artes, sino todas, puedan servir para la diversión; ¿pero es acaso eso lo que hay en el fondo de lo que es el arte? Precisamente ésta es la pregunta que Heidegger hace en su texto “El origen de la obra de arte”; se pregunta cuál es la esencia de lo que llamamos arte.
Es prácticamente imposible pretender que lo que el arte expresa pueda ser argumenta do, ya que su argumento es el arte mismo, él habla directamente con el espectador en un lenguaje ajeno a los conceptos, moviéndose entre sensaciones las que dicen más de la cosa que cualquier concepto que le podamos adjudicar a la cosa. Y es allí, en los sentidos, donde precisamente tiene origen el proceso de creación artístico.
El arte es un hacer de los sentidos. La obra tiene su origen en los sentidos y está destinada a ellos, los afecta mediante sensaciones. El artista plasma en su obra la realidad que le rodea, que siente y que le afecta, además la plasma de acuerdo con la forma en que él la siente, para luego ser transmitida a quien se haga espectador de ésta, quien a su vez sólo podrá percibirla mediante la sensación que le afectará sus sentidos. Pero, la forma en que intentamos comprender las cosas desde la razón, la queremos hacer valer para el “conocimiento” de la obra de arte y pareciera que también queremos que el arte trate de esta misma forma las cosas de las que habla.
Esa costumbre de ver las cosas como conceptos, más que ayudarnos a conocer mejor las cosas, nos aleja de ellas y nos dificulta el camino hacia la verdad que albergan: “los conceptos de cosas dominantes nos obstruyen el camino para conocer lo cósico de la cosa e igualmente para lo que tiene de útil el útil y más todavía para lo que tiene de obra la obra” (Heidegger, 1997: 56, las cursivas son mías).
En ese proceso que es el arte no caben los conceptos para pretender entender qué quiso decir el artista, es más, no se trata aquí de qué quiso decir el artista al momento de crear su obra, por el contrario, es dejar que esa cosa llamada obra sea ella misma en su estar en el mundo y en la tierra: dejar que la obra comunique lo que tiene para decir a cada persona que se acerque a ella.
“En la cercanía de la obra pasamos de súbito a estar donde habitualmente no estamos” (Heidegger, 1997: 62). El sujeto frente a la obra está solo frente a una cosa que remite a las demás cosas, a las otras cosas entre las cuales el espectador y el mismo artista se encuentran inmersos. La obra de arte a la vez que es, se hace otro, una cosa otra. Y “el artista queda ante la obra como algo indiferente, casi como un conducto a la producción, que se destruye a sí mismo, una vez creada la obra” (Heidegger, 1997: 68). Una vez que la obra es obra, queda inmersa entre las cosas y sola en su reposar en sí misma.
En este reposar, la obra no sólo se hace otro sino que se convierte en la ventana hacia la comprensión del mundo de las cosas. Funcionando como una especie de vórtice que nos transporta a un lugar otro donde comprendemos el ser de la cosa. Aquí “comprender” es haber aprehendido la verdad de la cosa, es decir, aprehender su ser, su esencia. Para ello es necesario abandonarse a las cosas en su mundo, mundo del cual la razón se alejó ostensiblemente al punto de haber olvidado las cosas por completo y dedicarse a entender el mundo de los conceptos que no dicen mucho de lo que es la cosa.
Como dice Heidegger, “el concepto corriente de cosa, ciertamente, conviene en todo tiempo a cada cosa. A pesar de esto, no capta la cosa existente, sino que la atraca” (Heidegger, 1997: 48). Y lastimosamente la razón, como se ha interpretado en occidente, sólo ha de trabajar con conceptos que dicen muy poco de la cosa en tanto que cosa. Mientras el arte es cuestión de sentimientos o, como siempre se ha creído, es sólo cuestión de los sentidos; pero son precisamente éstos los que se enfrentan directamente con la cosa, con lo que ella es:
Lo que aquí […] llamamos sentimiento o estado de ánimo es más racional y más percipiente, porque es más abierto al ser que toda razón, el cual convertido entretanto en ratio se interpretó equivocadamente por racional. El mirar de reojo a lo irracional, como engendro de lo racional irreflexivo, prestó un servicio raro (Heidegger, 1997: 48).
La cosa quedó, entonces, abandonada en la tierra, fuera del mundo de la razón con imposibilidad de reconciliación cercana, pues cada vez la razón está más lejos de poder aprehender las cosas del mundo real (de la tierra) y cada vez se acerca más a la comprensión del mundo creado por el hombre mismo. La razón comprende mejor el mundo ficcionado por el hombre que el mundo real en el cual vive.
No hace mucho, de camino a casa, escuche decir a una persona: “El ser humano vive de ilusiones” y a esto atribuía el sentido de la existencia humana. Claro, la vida del hombre se ha convertido en una ilusión, vivimos en un mundo ajeno a las cosas reales, un mun do que se configura desde la razón, desde los conceptos. Éstos abandonaron las cosas hace ya mucho tiempo y este abandono se ratificó al pensar que lo único que determina la realidad real es la razón.
Por el contrario, el sentimiento se acerca de manera abierta y se da a la cosa dejando que la cosa sea como es; no ataca la cosa, deja que ella le ataque en su totalidad, con todo su ser. Es bueno aclarar que para que este darse a las cosas se produzca, no es necesario pretender llegar a un estado especial en el que se pueda hacer ese encuentro entre sentimiento y cosa, sino que se da siempre y desde siempre; pues “las cosas no atacan literalmente al cuerpo. La cosa es perceptible en los sentidos por medio de las sensaciones.” (Heidegger, 1997: 48). Con su dureza, textura, color, volumen, sonido siempre nos están haciendo saber que están allí, las sentimos en su mero estar y ser cosa.
Ahora bien, si se trata de mostrar cómo el arte es conocimiento del mundo, la primera objeción que alguien podría hacer es: que el conocimiento es el campo de juego de la razón mientras que el campo del arte es el de los sentimientos y estados de ánimo. Pero, como ya se ha dicho ¿qué podrían decirnos estos los sentimientos y los estados de ánimo de las cosas en sí? A lo que objetamos: La razón trata a las cosas como un conjunto de datos abstractos, que son atribuidos a la cosa y a partir de esa serie de datos ella trabaja, pero se olvida que esos datos han sido mediados por los sentidos; sin embargo, la razón insiste en no vérselas con las cosas en su mero existir tal como ella es en su totalidad. Por otro lado, el arte no habla sólo de aspectos físicos, no hace predicados de las cosas; él nos habla también de esencias, no se limita a la mera descripción de las cosas, como ya muchos han creído, sino que trae las cosas al mundo de los humanos, no de manera fragmentada sino en su totalidad; el arte trae a nuestro mundo la cosa tal cual es en su ser cosa.
De esta forma podemos vislumbrar cómo la razón deja a un lado la cosa en tanto cosa; pues, la cosa no es solo datos. Además estos datos aunque físicos son también datos sensibles que atacan los sentidos y tienen una relación intrínseca con el sujeto. Esta relación funciona como un puente que enlaza al sujeto con lo que en realidad es la cosa. A esta relación se le llama comúnmente sentimiento y, ese sentimiento, del cual tanto se ha renegado, es el que nos pone ante la cosa y nos permite aprehender lo que es.
Heidegger ilustra esto con un muy buen ejemplo, él hace una descripción “fenomenológica” de un cuadro de Van Gogh en el que se ven un par de zapatos de campesino, leamos pues lo que él dice de ese cuadro:

En la oscura boca del gastado interior bosteza la fatiga de los pasos laboriosos. En la ruda pesantez del zapato está representada la tenacidad de la lenta marcha a través de los largos y monótonos surcos de la tierra labrada, sobre la que sopla un ronco viento. En el cuero está todo lo que tiene de húmedo y graso el suelo. Bajo las suelas se desliza la soledad del camino que va a través de la tarde que cae. En el zapato vibra la tácita llamada de la tierra, su reposado ofrendar el trigo que madura y su enigmático rehusarse en el yermo campo en baldío del invierno. Por este útil cruza el mudo temer por la seguridad del pan, la callada alegría de volver a salir de la miseria, el palpitar ante la llegada del hijo y el temblar ante la inminencia de la muerte en torno. Propiedad de la tierra es este útil y lo resguarda el mundo de la labriega. De esta resguardada propiedad emerge el útil mismo en su reposar en sí (Heidegger, 1997: 59-60).
Cuando andando por la calle nos hemos topado con un par de zapatos ¿nos hemos de tenido a pensar lo qué es ese zapato? Muy seguramente no. En nuestro mundo estamos acostumbrados a ver con conceptos. Cuando algún encuentro de este tipo sucede y si por alguna de esas cosas inesperadas llegamos a casa y aún recordamos dicho encuentro y si además se da la extraña situación de que queramos comunicar a la persona que nos espera en casa el encuentro, diremos algo como: en la calle 45, caminando junto a Pedro , encontramos un par de zapatos para mujer, color rojo y de tacón alto. O como dijo una niña hace pocos días: “encontré una maleta llena de discos compactos”. En principio nos limitamos a describir los objetos, pero esos zapatos o esa maleta son mucho más que lo que se pueda describir o decir de ellos. Esas cosas, además de cosa, son un útil y lo son en tanto que hacen parte de un mundo, del mundo de quienes fueron sus dueños, al igual que el par de zapatos, en el cuadro de Van Gogh, es en tanto hace parte del mundo de la campesina o del campesino.
Si nos encontráramos en la calle ese par de zapatos que Van Gogh pintó, seguramente no pasaríamos de pensar: un par de zapatos feos, viejos y rotos. Eso en el mejor de los casos, muy seguramente, pasaríamos junto a ellos y aún cuando los viéramos no repararíamos en ellos. Pero fueron pintados y en la obra quedó plasmado su ser al igual que el mundo de la campesina, un mundo lejano al que difícilmente podremos tener acceso, pero “El cuadro habló. En la cercanía de la obra pasamos de súbito a estar donde habitualmente no estamos” (Heidegger, 1997:62). Por un momento estuvimos en el mundo de la campesina y ese momento sirvió para que pudiéramos saber cuál es la verdad del zapato.
“La obra de arte nos hizo saber qué es en verdad el zapato” (Heidegger, 1997:62). Pero no solamente el zapato de una campesina, sino la verdad de todo zapato y, muy segura mente, si hiciéramos una observación más detenida podríamos ver cómo también nos muestra la verdad del útil y la relación tan intrínseca que éste tiene con el mundo en el que vivimos.
De allí que el paso a decir, como lo hace Heidegger, que “en la obra de arte se ha puesto en operación la verdad del ente” (Heidegger, 1997:63), no es un intento descabellado por pretender dar mayor importancia al arte, sino que es una deducción lógica bastante sencilla y fácil de entender, dado que si en la obra se operó la verdad del zapato y el zapato es un útil y éste a su vez es una cosa (una cosa transformada en útil) y la cosa un ente, entonces, lo que se puso en operación fue la verdad del ente. Dejemos por un momento la obra y centrémonos en lo que representa el mundo y la tierra.
El hombre cuando nace es arrojado a la tierra, queda en medio de las cosas en una completa indefensión ante la magnitud de ésta y luego es introducido en el mundo. El hombre necesita, entonces, algo a que aferrarse durante el fuerte embate que proporciona el “mundo real” (la tierra) y el mejor refugio es el mundo, donde se siente cómodo permaneciendo al margen de las cosas.
Las cosas nos atacan permanentemente y nosotros les hacemos frente de diferentes formas, una de esas formas, quizá la más efectiva, fue negar la existencia de las cosas y otorgarle total realidad y existencia, única y exclusivamente al pensar, olvidando por completo que hasta nosotros mismos somos parte de esas cosas. Entonces, el mundo quedó reducido a la simple individualidad de un ego pensante que se encuentra dentro de un objeto que en consecuencia, no podemos asegurar que exista en realidad.
Pero nuestro mundo sigue estando o habitando la tierra, nosotros, aún cuando vivimos en el mundo, estamos constantemente afectados por las cosas y esas cosas las podemos conocer en su ser cosa, como lo dice Heidegger, mediante el sentimiento, lo que está en contacto directo con esa parte que hemos olvidado, mejor, que hemos dejado al margen de nuestro mundo.
Sin embargo, nos ocupamos mayormente en crear mundos posibles e imposibles; mundos virtuales, que podemos entender fácilmente para de esa forma no tener que vérnosla con el mundo de las cosas reales, mundo del que tanto se habló en Grecia en época Hesiodo, Parménides o Heráclito. Por esos días se tocó tierra, se saltó a ella y la vida se hizo difícil, luego se dejó la tierra para dedicarnos a navegar por infinidad de mundos virtuales, quizá en busca de seguridad y comodidad.
Así la tierra se convirtió en lo oculto, en lo que se niega: “La tierra es donde el nacer hace a todo lo naciente volver, como tal, a albergarse. En el nacer es la tierra como lo que alberga” (Heidegger, 1997: 72). Se nace en la tierra y por ello la tierra se convierte en albergue, es ella el lugar donde la verdad se esconde, se oculta. Y todo lo que en ella nace vuelve a ella luego de haber hecho su paso por el mundo, en donde encuentra la luz para volver a la tiniebla. De la misma forma nosotros aunque perteneciendo a la tierra vivimos en el mundo, resistiéndonos a la negación que representa la tierra, al igual que todas las cosas somos en el mundo, pero eso que somos está fundado en la tierra. “La tierra solo surge a través del mundo y el mundo sólo se fundamenta en la tierra, mientras la verdad acontece como la lucha primordial entre el alumbramiento y la ocultación” (Heidegger, 1997:89).
En ese ir y venir, en esa “lucha primordial”, en el pasar de la luz a la oscuridad y de la oscuridad a la luz, la verdad acontece. Pero nosotros, por estar más a un lado que al otro, no percibimos fácilmente ese acontecer, ese desocultamiento de la verdad. Esto debido a que en el mundo necesitamos defendernos con conceptos y éstos no operan en lo que aquí llamamos tierra.
Nosotros hacemos travesía por el mundo manteniendo al margen las cosas, evitando empantanarnos entre ellas; mientras tanto, de camino por el mundo, la persona se hace, se construye. En el mundo es donde la persona es; sin embargo, las cosas moldean los pequeños mundos y los mundos se transforman mutuamente entre sí. El mundo se va pintando poco a poco, se configura mediante esa lucha que se establece entre tierra y mundo. Para que el mundo tenga la existencia que le hemos otorgado es necesario que las cosas tengan realidad, que sean, porque sin ellas no habría fundamento para el mundo.
El arte, por su parte, se ubica justo en esa frágil línea que separa tierra y mundo, captura y sostiene el momento justo en que el alumbramiento y el ocultamiento tienen lugar: “la obra es el sostener aquella lucha en que se conquista la desocultación del ente en tota lidad, la verdad” (Heidegger, 1997:89). La obra logra hacer permanecer para el mundo el momento en que la verdad acontece, trayendo al mundo ese espacio, mejor aún, la instancia en que las cosas como tal interactúan con la persona y ayudan a configurar su mundo.
“En la obra está en operación la verdad, no solamente una verdad” y permite “acontecer a la desocultación como tal en relación al ente en totalidad” (Heidegger, 1997:90. Cursi vas mías). Como ya se dijo más arriba la obra no nos muestra una verdad, sino que nos pone ante la desocultación de la verdad de todo ente, de todo ser. Podemos decir que, según Heidegger, la obra nos permite ser testigos del ser y el acontecer de las cosas; nos pone frente a la relación que entre ellas y nosotros siempre ha existido y que hace que nuestro mundo sea y que la tierra sea: “La obra hace a la tierra adelantarse en la patencia de un mundo y mantenerse en ello. La obra hace a la tierra ser tierra” (Heidegger, 1997: 77).
Finalmente, se postula el arte como “el medio” por el que las cosas se hacen patentes en el mundo para hacerlas permanecer de una vez por todas en él. En otras palabras, la obra se convierte en el medio por el cual se alcanza la reconciliación del hombre con la tierra. Y nos recuerda que el ser humano tiene igualmente una existencia real entre las demás cosas que configuran el mundo, que no somos simples cosas que piensan, sino que además somos cosas en nuestro mero estar ahí y en éste se funda la verdad de nuestro ser y de nuestro mundo.
El arte se convierte así en el polo a tierra que ayuda a mantener un centro y un piso firme desde el cual poder pensar realmente nuestra realidad, ofreciéndonos la posibilidad de no cometer errores que atenten contra la integridad de nuestra existencia. El arte nos enseña, nos muestra la verdad en la que vivimos y la realidad de la que dependemos, de la que somos realmente sujetos.
* Este texto, salvo algunas pequeñas modificaciones para efectos de ser publicado, fue leído en el marco del “Encuentro Internacional Martin Heidegger, Ser y tiempo 80 años”, que se realizó en la universidad del Norte en la ciudad de Barranquilla el día 4 de septiembre de 2007 bajo el titulo de: “Arte: conocimiento del mundo”.
** Estudiante, en proceso de trabajo de grado, de Filosofía y Letras en la Universidad de La Salle. Correo electrónico: leyderalonso@gmail.com.
BIBLIOGRAFÍA
Heidegger, M. (1997). Arte y Poesía. Sobre el origen de la obra de arte. México: Fondo de Cul tura Económica.
0 comentarios:
Publicar un comentario