Julián Fernando Mantilla Peña*
RESUMEN
El culto al número, suscitado desde los inicios mismos de la humanidad, se ha vuelto imperante en la posmodernidad transformado en múltiples aplicaciones tecnológicas diseñadas para la producción, reproducción y transmisión de información. Este artículo cuestiona el lugar de lo humano y lo sociatal en la sociedad de la hiperinformación. Argumenta que la hiperinformación colabora de cerca con el proceso de cosificación del hombre mediante un procesos radical de individualización, denominado hiperindivualismo. La pregunta final es por el lugar de lo humano en medio de la era de la información, mostrando la paradoja del hombre posmoderno al estar constantemente informado y comunicado y a la vez saberse solo y vacío. Para abordar el problema se establece un diálogo con Lipovetsky.
PALABRAS CLAVE
Número, hipercomuncación, hiperindividualismo, hiperutilitarismo, hiperinformación.
ABSTRACT
The number always has been, during the history of the humanity, that axiom that exists I allow to construct all the systems of organization: mathematical, cultural, religious, even social, among other aspects. The man, in his insatiable desire to contain everything, to measure everything, to tell everything, has seen in the number the base in order that this desire partly makes real. Already from very ancient times the men have invented diverse methods to be able to count; each of them with strict particularities to his culture, but that share the same nature: the fact of being able to have a tool that allows every human being to have a comprehension every day fuller of his environment.
KEY WORDS
Number, hypercomuncation, hyperindividualism, hyperutilitarianism, hyperinformation.
En estos tiempos, en los que el hombre evoluciona constantemente en técnicas y tecnologías, es de suma urgencia plantear qué consecuencias trae consigo el hecho de vivir en una era de la información, en donde el individuo se convierte en un objeto cuantificable. ¿Qué eres tú? es la pregunta constante de la humanidad, y en este tiempo se responde: eres una estadística, un índice de producción, una pyme, en la medida en que produzcas existes para el mundo de hoy, que sin duda ha evolucionado a una era de la hiperinformación en donde el culto al número se evidencia más y más.¿Qué hacer ante esta realidad tangible de hoy? La finalidad de este escrito no es dar puntos de solución, sino denunciar una realidad que se ha sabido afrontar, una que alberga el germen de la cosificación humana; esta no ha de ser una visión fatalista ni apocalíptica de la humanidad, se necesita ver qué provecho podemos encontrar en las nuevas tecnologías y, así, ayudar al crecimiento integral de la humanidad.
Aprendiendo a contar
El número, durante la historia de la humanidad, ha sido aquel axioma que permite construir todos los sistemas de organización: matemática, cultural, religiosa, incluso social, entre otros aspectos. El hombre, en su deseo insaciable de contenerlo todo, medirlo todo, contar todo, ha visto en el número la base para que ese deseo en parte se haga realidad. Ya desde tiempos muy antiguos los hombres han inventado diversos métodos para poder contar; cada uno de ellos con particularidades estrictas a su cultura, pero que comparten una misma naturaleza: el hecho de poder tener una herramienta que le permita a cada ser humano tener una comprensión cada día más plena de su entorno.
Desde los babilónicos (los cuales se tienen como referentes más antiguos de sistemas numéricos) pasando por los egipcios, luego por los griegos, y finalmente (en cuanto al mundo occidental) con los romanos, se han establecido diversos sistemas contables. Pero no sólo en las civilizaciones orientales y occidentales se desarrollaron sistemas contables. En los pueblos de la Indoamérica también se establecieron sistemas numéricos, que en cierta medida, son muy similares y comparten muchas características con los sistemas babilónicos, egipcios, griegos y romanos. Pueblos, como el maya, desarrollaron una teoría mística del número, que les permitió avanzar en el campo de la astronomía de manera tan exacta que supera estudios avanzados de astrónomos occidentales, aunque con muchos siglos de anterioridad. De igual manera el pueblo inca, en su afán de predecir su futuro, recurrió al número y a la contabilidad para poder predecir en las estrellas el pacha cutí (1) de su pueblo.
El número es la encarnación del dios razón de la humanidad. “La idea de sociedad regida por la información se inscribe, por así decirlo, en el código genético del proyecto de sociedad inspirado por la mística del número” (Mattelart, 2002: 15). ¿Qué es el número sino el medio por el cual el proyecto sofista de Protágoras encuentra su plenitud? El número es la base de nuestro mundo racional, esto lo entendió Descartes y otros, como el mismo Augusto Comte, quienes en sus sistemas trataron de mostrar un mundo propio de la matemática en donde la aritmética es el trampolín de sus famosos sistemas filosóficos. Este es el eterno afán del ser humano: comprenderlo todo, incluso la figura misma de una divinidad. Un ejemplo de ello es el pensamiento de la escuela pitagórica, la cual con cierto tinteca místico, en donde la Tetráctis (2) se convierte en la síntesis culmen de lo que es en sí el universo, muestra una compresión numérica mística que le permite proponer como opción de vida al mismo número, opción que se configura como una matematización del cosmos.
Mediante estos ejemplos se puede evidenciar el uso irrefutable del número en los diversos campos del pensar: el empírico, el racional e incluso en el campo espiritual, ya que en el transcurrir diario del hombre la acción del contar le ha servido para aplicarlo a las diversas facetas de su existir en cuanto a un saber experiencial; otro saber en donde la reflexión y el uso de la razón imperan, donde en el número encuentra una lógica ordenadora, clasificadora; y una tercera faceta, en donde el número, en cierta medida, le ayuda al hombre a unirse con el Trascendente, con el Absoluto. Cuestión que hoy en día se sigue manifestando en los medios masivos de comunicación y de producción intelectual, económica, industrial, y en los diversos campos en los cuales el hombre, sin duda, ha podido avanzar en un progreso que cae muchas veces en un positivismo erudito, ya que como muchos matemáticos argumentan omnes numerus est.
Pero, ¿hasta dónde el culto al número (Cf. Mattelart, 2002:15) es un combustible fuerte en el camino de cosificación de los seres humanos?, si se observa detenidamente ¿de qué ha servido tanto conocimiento matemático y aritmético (que a su vez es aplicado en los diversos campos científicos de la técnica y la tecnología) en todo el trasegar de la humanidad? No se quiere, desde luego, denigrar del importantísimo papel que juegan las ciencias fácticas dentro del desarrollo de la humanidad. Pero es necesario interrogarse sobre ¿qué ha producido ese desarrollo tecnológico-numérico que ha vivido la humanidad? Después de casi cinco siglos de un desarrollo aritmético (entre los siglos XV al XX) acontecimientos como dos guerras mundiales, una bomba atómica, la amenaza constante de un cataclismo nuclear, son hechos que indudablemente dejan un sinsabor en la lucha del desarrollo de nuevos sistemas que, partiendo del número, son la brújula de nuestro mundo. ¿Será que el desarrollo del culto al número vivido en nuestro mundo, no está ligado al desarrollo humanista? Al querer abarcar todo dentro de las categorías del número, es claro ver que se llega a una cosificación del sujeto volviéndolo una simple estadística, una cifra que necesariamente olvida lo humano.
Es cierto que nuevas aplicaciones numéricas son necesarias para el desarrollo de la humanidad, pero no se debe desconocer con ello el valor mismo de cada ser. El proyecto de la sola razón se puede decir que ha fracasado en ello, ya que se ha preocupado por el desarrollo de nuevas formas de aplicaciones numéricas, pero no se ha preocupado por el desarrollo de tecnologías que brinden un horizonte que promueva el desarrollo integral de todo el globo. El ideal positivo es tan sólo una utopía más dentro del mar de soluciones ante el desesperado afán de querer vivir mejor. Estamos sin duda en una época hipermoderna en donde “la vida cotidiana, el modo de vida, la sexualidad, el individualismo se ha visto cerrado en su expansión, hasta hace muy poco, por armaduras ideológicas, instituciones, costumbres aún tradicionales o disciplinas autoritarias” (Lipovetsky, 2002: 24), que buscan, en últimas, encontrar “el ideal de «nivelación» igualitaria” (Mattelart, 2002: 29). Esto, sin duda, debe dar herramientas para ver que las nuevas tecnologías, basadas en el axioma del número, deben promover que el hombre sea cada vez más humano.
El culto al número es, y ha sido, materia prima para que hombres destacados impulsen a la humanidad en su proyecto de ser mejor; queda al hombre de hoy tomar estos impulsos, y transformarlos en opciones para que el mundo sobreviva a su destino actual: la autodestrucción. Parecerá un poco fatalista esta apreciación, pero es sin lugar a dudas el camino que se debe seguir para que el evangelio del número, que por tantos siglos se ha promulgado, logre su cometido: ayudar a que el hombre comprenda su entorno y, al comprenderlo, lo valore, pues ¿acaso no debe ser ese, en último término, el objetivo de saber contar?
Cosmos versus caos
Cosmos y caos, orden y desorden, conocimiento exacto y conocimiento de lo incierto. Ciertamente, partiendo de lo que se ha discurrido con anterioridad, se ha podido demostrar en cierta medida que ésta es la lucha eterna del hombre: querer poner orden en el que es, según su parecer, un desorden. A esto se hacia referencia cuando, en el apartado anterior, se exponía el querer comprender todo, en este sentido, comprender debemos concebirlo como un contener, incluir en sí aquellas percepciones que tenemos de la persona, de Dios y del universo. En el culto al número, la sociedad de la información y la filosofía para las nuevas tecnologías deben estar alerta ante esta lucha de orden/desorden; en el sentido que ésta se debe configurar como una lucha para que el homínido sea más hombre y que no se dé el fenómeno a la inversa, es decir, que el hombre se convierta en homínido. Ciertamente, se vuelve al eterno problema de lo que es la realidad en sí y de lo que ésta debería ser. Sí, es cierto, nuestra sociedad es una sociedad de información que quiere afanosamente contenerlo todo, entenderlo y comprenderlo todo en un gran sistema compilador del caos, tanto así que “la física newtoniana que reinó desde el siglo XVII hasta finales del XIX, sin encontrar casi oposición, describía un universo en el que todo ocurría exactamente de acuerdo con una ley, un cosmos compacto organizado en todas sus partes, en la que la totalidad del futuro dependía de la del pasado” (Wiener, 1958: 9).
¿Será que el hombre, por su soberbia epistémica, es un iluso organizador, queriendo ser el demiurgo platónico? Como se exponía hace un momento, el hombre en su afán de querer tener un conocimiento de todo, cree que todo tiene una explicación exacta, una explicación que está encerrada dentro del saber ecuacional, pero ¿será que el deseo del hombre por comprenderlo todo, más que ser signo de su brillantez o de su desarrollado intelecto, es en realidad un deseo narcisista por ser dueño del mundo? “Hoy Narciso es, […] el símbolo de nuestro tiempo” (Lipovetsky, 2002: 49). El hombre quiere ser dueño del mundo, se ha cansado de ser el administrador, quiere apoderarse de todo. Es más, la sociedad está llamada a ver que las nuevas tecnologías son herramientas que le deben ayudar a la sociedad de la información a alcanzar un estado histórico cada vez más humanizado y humanizante. ¿Qué es lo que se observa hoy? Se ve que más que el deseo de humanizar está el deseo de acumular, más que el deseo de promover hombres, se necesitan consumidores. Esto, sin duda alguna, es fruto del narcisismo, ya que éste “es una conciencia radicalmente inédita, una estructura constitutiva de la personalidad posmoderna, debe aprehenderse como la resultante de un proceso global que rige el funcionamiento social” (Lipovetsky, 2002:49). Para alimentar su ego humanoide Narciso quiere creer que el hombre es un punto, un conjunto de líneas rectas, un triángulo, un cubo, y que todo se rige por la conjugación de estas figuras perfectas, pero “reconocer la existencia de una determinismo incompleto, casi irracional, en el universo, es como admitir con Freud, que hay un profundo componente irracional en la conducta y en el pensamiento del hombre” (Wiener, 1958: 13).
La hiperinformación
Hoy en día se busca que el hombre sea un ser del mundo que debe saberlo todo; ya no importa tenerlo todo (3). La hiperinfomación es lo que hace hoy a la sociedad posmoderna, este es el caos, ya que “en el momento en que el crecimiento económico se ahoga, el desarrollo psíquico toma relevo en el momento que la información substituye la producción, el consumo se convierte en una nueva bulimia” (Lipovetsky 2002: 54). De hecho, hoy comprender es saber, saber es tener la información, la cual asegura un «futuro» a la sociedad de la información. En la ciudad global en la cual se hallan inmersas las personas, se vive una era en la que los medios masivos de comunicación se advierten como el cordón umbilical, con el cual todos lo seres humanos se hallan unidos. En la posmodernidad es necesario el ordenador, el módem, el chip, el satélite, el teléfono móvil, convirtiendo las distancias globales en distancias condicionadas por un cable coaxial, éste, a su vez, a uno de fibra óptica y el tiempo que demora la señal en llegar al satélite, éste en transmitirla y hacerla llegar a su destino final, que es a otro individuo del globo.
A partir de lo mostrado anteriormente, suceptible de ser objetado, el yo individual está muy bien comunicado con el otro lejano, pero ¿dónde queda el otro cercano? Es en este punto de la reflexión en donde es clave decir que el hiperindividualismo se ha desarrollado y mantenido gracias a la magna ayuda de los medios masivos de comunicación (4).
Con el reino de los mass media, de los objetos y del sexo, cada cual se observa, se comprueba, se vuelca sobre sí mismo en busca de la verdad y de su bienestar, cada uno se hace responsable de su propia vida, debe gestionar de la mejor manera su capital estético, afectivo, psíquico, libidinal, etc (Lipovetsky, 2002: 24).
Los medios masivos de comunicación nos alejan del otro cercano, de su vida, de su ser. La relación yo-tú configurada luego como un nosotros, propuesta por Marcel, se ve amenazada por el narcisismo de la comunicación, ya que “nos acostumbramos sin desgarramiento a lo «peor» que consumimos en los mass media […] el narcisismo no es en absoluto el último repliegue de un Yo desencantado por la «decadencia» […] se abandona al placer egoísta” (Lipovetsky, 2002: 52). Se puede afirmar que los medios masivos de comunicación han aislado a los hombres, ya que, controlando las voluntades con campañas y demás estrategias manipuladoras de conciencias, moldean el deseo de los individuos esclavizándolos y “así la era de la «voluntad» desaparece” (Lipovetsky, 2002: 57). Ya no es la religión la que aliena al hombre, es la hipercomunicación la que se ha encargado que éste tenga tedio por el otro cercano, y prefiera la insensibilidad del otro lejano, donde “lo social átono es la replica exacta del Yo indiferente, con la voluntad débil, nuevo zombi atravesado de mensajes” (Lipovetsky, 2002: 57). En el mundo de la fibra óptica el otro no existe, simplemente estorba, de ahí que no me interese, y crea que soy más que él, ya que soy el único en el globo, es decir: yo soy yo y mi ordenador.
¿Qué sucede cuando me aparto del todo y me quedo en mi yo existencial, sin pensar en mi entorno? Cuando los mass media amparan el vivir, esto hace que el sujeto se olvide del otro-tal y como se enunciaba con anterioridad. El mundo coaxial muestra una realidad antropológica donde el hombre está “cruzando sólo el desierto, transportándose a sí mismo sin ningún apoyo” (Lipovetsky, 2002: 46), realidad impresionante: “el hombre actual se caracteriza por la vulnerabilidad” (Lipovetsky, 2002: 46). A pesar que el hombre se crea un ser fuerte en su unimismidad, la verdad es otra: el homo solus en su proceso de pseudohumanización ha evolucionado al homo vacuus. El hombre ha olvidado al otro cercano y deja entrever un olvido de la relación interpersonal propia de su ser, gracias a que él mismo se ha llenado de medios de comunicación, que en últimas lo separan de los demás. Esto quiere decir que el hombre se comunica con todo el mundo y a la vez no se comunica con nadie. Si no es por la Internet, entonces es el teléfono móvil, el G.P.S., la televisión, la radio; el hombre es abordado, constantemente, por una avalancha de información, a la cual él se adapta, y se acostumbra a vivir en un mundo de hiperinformación metiéndose, así, en una cápsula de cristal que, en cierta forma, lo aleja de la realidad, convirtiéndolo en un autómata informático que vive por la hiperinformación y no en pro de la acción social. En otras palabras, lo alejan de la posibilidad de un desarrollo integral dentro de toda la maquinaria social.
La hiperinformación ha aplastado al hombre en sí mismo, ha provocado en él un vacío de vivir comunicado con todos, pero no vivir con nadie, todo empero, por “la deserción generalizada de los valores y finalidades sociales, provocada por el proceso de personalización” (Lipovetsky, 2002: 53). Personalización que se manifiesta –reinterpretando el discurso nietzscheano–, como la “renovación de las necesidades y su ética hedonista” (Lipovetsky, 2002:53), lo cual, “ha permitido que el discurso se injerte en lo social, convirtiéndose en un nuevo ethos de masa” (Lipovetsky, 2002: 53). Es decir, el ser humano que fue en una época un simio, luego evolucionó en un homínido y posteriormente se constituyó como un humano, nuevamente ha evolucionado trasmutando sus valores y se ha posicionado como un ser que, además de olvidarse de Dios y de los demás, se ha olvidado de sí mismo. En realidad el hombre se quiere olvidar de todo, autoanestesiarse mediante la hipercomunicación, cuyo espejismo ofrece al hombre un mundo feliz en donde la fibra óptica o, mejor aún, lo inalámbrico, marca el ritmo de vida del ser humano hipermoderno. Estamos frente a una transmutación total de la significación del proceso de socialización, ya que el hombre, al convertirse en un ser ensimismado, es un ser que ya no tendrá al otro cercano para que éste le sirva de punto de referencia en cuanto a su ethos y mos. Es así que “el laxismo sustituye al moralismo o al purismo y la indiferencia a la intolerancia. Narciso demasiado absorto en sí mismo, renuncia a la militancias religiosas, abandona las grandes ortodoxias, sus adhesiones siguen de moda, son fluctuantes, sin mayor motivación” (Lipovetsky, 2002: 67).
Adicionalmente, en el ambiente social surge una influencia hiperutilitarista, en donde me sirvo del otro, partiendo de que ya no lo veo como una persona, sino, más bien, como un objeto del cual me puedo servir. “Sólo aparentemente los individuos se vuelven más sociables y cooperativos; detrás de la pantalla del hedonismo y de la solicitud, cada uno explota cínicamente los sentimientos de los otros y busca su propio interés sin la menor preocupación por las generaciones futuras” (Lipovetsky, 2002: 69). Al llegar a este punto, se puede afirmar que ésta es la consecuencia de la hipercomunicación: un total desinterés por el otro, a causa del hiperindividualismo producido por la hipercomunicación. “El Otro como polo de referencia anónima está abandonado igual que las instituciones y valores superiores” (Lipovetsky, 2002: 70). Pero, ¿qué sucede cuando no tengo al otro para que me ayude a determinar mi ser personal? La carencia de una identidad es la consecuencia directa del hiperindividualismo, marcado por la hiperinfomación, dicho palabras de Lipovetsky, “la identidad personal se vuelve problemática” (2002: 72), cuando el individuo ya no tiene al otro cercano para definirse, lo único que le queda son los medios masivos de comunicación, los cuales le brindan una amalgama de personalidades y formas de comportamiento, ante los cuales el sujeto está como un diskette en blanco, dispuesto a recibir y grabar todo lo que estos medios le ofrecen, para así lograr que el homínido logre sentirse humano. Aunque el ser se encuentre individualizado, siempre tendrá la añoranza del otro cercano.
De este modo se explica la fascinación ejercida por los individuos célebres, stars e ídolos, estimuladas por los mass media que intensifican los sueños narcisistas de celebridad y de gloria, animan al hombre de la calle a identificarse con las estrellas, a odiar el «borreguismo» y le hace aceptar cada vez con más dificultad la banalidad de la existencia cotidiana (Lipovetsky, 2002: 73).
Pero, a pesar de la búsqueda de sentido del hiperindividuo en los medios masivos de comunicación, se verá siempre el mismo cuadro: el ser humano que cree que su vida es la de una pantalla, una revista, un periódico o una página web. Pero cuando oprime el botón de apagado, o cierra la última página de farándula, o simplemente da la orden de apagar equipo, este ser humano se ha de encontrar cara a cara con su realidad, ve que su mundo de ficción es una completa farsa creada por el mundo del color, el sonido, la imagen, la textura y hasta del olor, pero que todo, en últimas, es falaz, fatuo y hasta enfermizo. Lo temporal, del supuesto sentido al que aspira el homínido de hoy, es escapar de sí mismo, ya que, como aborrece al otro, necesariamente, a causa de ello, se produce la evolución de una antropofobia a una egofobia. “En todas partes encontramos la soledad, el vacío, la dificultad de sentir, de ser transportado fuera de sí; que no hace más que traducir esa búsqueda de una «experiencia» emocional fuerte” (Lipovetsky, 2002: 78). Es por ello que la hipercomunicación ha enviado al hombre hacia un estado en donde, al haberse alejado de la acción social, manifestada en la interacción del yo-tú, se produce un vacío existencial, pues el individuo se siente una isla en medio de un mar de información. Pero ahora resulta patente que todo es sólo un mar de información, y no un diálogo (5), es decir, esa relacionalidad –antes ya nombrada– entre el yo-tú. Este es el vacío de la hiperinformación.
En conclusión, el culto al número, suscitado desde los inicios mismos de la humanidad, ha hecho que la sociedad posmoderna se transforme en una sociedad de la hiperinformación, cuestión que ha ayudado, en cierta medida, al proceso de cosificación del hombre; dicho proceso nos ha conducido a un estado tal de individualismo, que ya no hablamos de éste como tal, sino de un hiperindividualismo, el cual es el estado al que ha evolucionado la sociedad actual de la hiperinformación.
Las nuevas tecnologías deben promover la descodificación del hombre en pos de un proceso claro de humanización para que el hombre alcance su estadio de humanitas. La pregunta es ¿será que en la sociedad hiperinformada de la era posmoderna hay lugar para el concepto de sociedad?
* Estudiante de VIII semestre de Licenciatura en Filosofía en la Universidad de San Buenaventura; ha realizado estudios de filosofía y eclesiástico religiosos en el Seminario Intermisional Colombiano San Luis Beltrán. Correo electrónico: eldesiempre2006@hotmail.com.
1. Término propio Inca que significa: “el fin de los tiempos o juicio último”.
2. Cifra propia de la teología pitagórica que se formaba con los cuatro primeros números del sistema enumerativo griego (1, 2, 3 y 4) en donde el 1 significa unidad, el 2 longitud, el 3 es la superficie y el 4 el volumen de un cuerpo, y que sumados conforman el numero 10, el cual es la unión de la unidad (1) con el 0 que significa la nada formando así la infinitud.
3 Hacia el siglo XVII y parte del XIX, lo que importaba era acumular capital, riquezas que prometieran un futuro estable para el individuo; vivir para acumular.
4 Este es el momento para dejar de echarle el agua sucia solamente a la televisión, es hora de revisar el hambre desmedida de información que abunda hoy, que vuelve al hombre en un autómata de ella, recurriendo a prensa, radio, teléfono, Internet, y demás, ocasionando un ensimismamiento viciado y enfermizo.
5 Es decir que todo se ha de configurar como una vía del lenguaje unilateral, en donde ya no hay un emisor y un receptor, y a su vez un feed back, sino que ahora todo se comprende como una simple emisión de información.
Lipovetsky, G. (2002). La era del vacío: ensayos sobre el individualismo contemporáneo. Barcelona: Anagrama.
Mattelart, A. (2002). Historia de la sociedad de la información. Bogotá: Paidós.
Wiener, N. (1958). Cibernética y sociedad. Buenos Aires: Sudamericana.
1 comentarios:
Yo he escrito un articulo sobre la Hipercomunicación y te lo compart buscando la posibilidad de intercambiar ideas: https://carloscortes.com.co/v3/que-es-la-hipercomunicacion/
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